27/6/13

VOL 2/3 - Cap. 9/5 - El Pelotudo Medio recargado - Ella y Él


Lo bueno de viajar a Buenos Aires a las cinco de la mañana es que vas como trompada por la autopista porque son poquitos los pelotudos que viajan a Buenos Aires a las cinco de la mañana, pero lo malo es que dos por tres no llueve pero hay niebla y entonces no podés ir como trompada porque no se ve un cura en la nieve. El pelotudo hacía este razonamiento mientras achinaba lo’ojo para ver si veía algo en medio de un espeso banco de niebla –nunca puede recordar cuándo es niebla y cuándo, neblina, y eso que una vez consultó a un meteorólogo para sacarse esa duda, una de las tantas dudas pelotudísimas que cada tanto lo asaltan y lo ponen piñón fijo, lo ponen- que reducía la visibilidá en el tramo La Plata – Hudson de la autopista por la que al menos cinco de siete días a la semana viaja para cumplir con su rutina de pelotudo medio recargado que tiene no uno, sino dos trabajos que le dejan el libre albedrío hecho apenas una sombra de lo que nunca fue.

La niebla finalmente se disipó cuando pasó el primer peaje y el pelotudo pensó que entonces podría acelerar pero no… ¡Zas! Tuvo que detener completamente la marcha porque delante suyo se extendía un río de lata que se perdía más allá del alcance de su mirada, todavía achinada después de hacer fuerza para ver en la niebla. O sea, un puñetero embotellamiento de la santísima concha. Pasaron dos minutos y la galleta no movía. Pasaron cinco minutos y nada. Diez y nada. Pasaron quince minutos y nada y el pelotudo se hinchó las pelotas y se bajó y se puso a caminar entre los autos preguntando a cada pelotudo embotellado qué era lo que estaba faquin pasando allá adelante, más allá de su mirada ahora achinada por la bronca.

—Hay un piquete, mostro- le dijo uno con cara de hay que matarlos a todos. —Otra vez esos negros de mierda, otra vez— completó el ñato.

Al pelotudo se le dibujó en la cara una mueca de resignación que vino acompañada de un leve encogimiento de hombros. Giró sobre sus talones y volvió sobre sus pasos hasta el coche —volvió sobre el recuerdo de sus pasos, en realidad, porque los pasos no quedan en el lugar donde los damos, se dio cuenta el pelotudo. Pasaron 20 minutos más y el pelotudo seguía ahí, como un pelotudo, y entonces de pronto manoteó el Página del asiento del acompañante en un gesto mecánico de hastío y aburrimiento. Zapeó títulos, el pelotudo, espantado por la tapa copada por el quilombo del día anterior en el Puente:

-          La cacería policial terminó con dos muertos a balazos.

-          Lo mataron mientras auxiliaba a otro.

-          Veremos a policías tirar y tirar.

-          Los obispos, muy preocupados por la violencia pero muy cautelosos.

-          El Fiorito, espejo del dolor por la represión.

-          Una noche de repudio.

-          Mucho silencio y caza de brujas.

-          La masacre anunciada.

-          Koehler y su mala onda con la Argentina.

-          La cuenta de la fuga de divisas.

—Este diario todo mal—, pensó el pelotudo en voz más o menos alta. Y entonces manoteó el Clarín, que andaba bien con Duhalde y estaría más livianito, supuso. Pasó la tapa sin mirar y zapeó títulos:

-          La crisis causó dos nuevas muertes.

-          Cuatro historias de un día trágico.

-          Una escalada de violencia que vuelve más frágil a la democracia.

-          Escenas de violencia y muerte en Avellaneda, al borde del Riachuelo.

-          Intentan marchar a Plaza de Mayo.

-          Fuerte advertencia de la Iglesia.

-          El Fondo Monetario va de la irritación a la decepción.

-          Los bancos dicen que no se van.

-          Emitirán hasta 7.000 millones de pesos para asistir a los bancos.

—Ta madre, che— pensó el pelotudo en voz bastante alta y tiró el diario para el asiento de atrás y reclinó el asiento para tratar de apolillar un rato, cosa que logró rápido, cree, porque no hay pelotudo capaz de determinar con precisión cuánto tarda en dormirse y, como éste es un pelotudo medio, tampoco él ha desarrollado esa habilidad. Tampoco podría precisar cuánto tiempo durmió, pero le pareció que habían pasado apenas unos minutos cuando se despertó sobresaltado por los golpes en la ventanilla. Enfocó en el agente del orden utilizando solo el ojo izquierdo, porque el derecho lo tenía cerrado sobre el earbag, que evidentemente había usado a modo de almohada durante esos minutos durante los que se había torrado. Se incorporó con dificultá y con más dificultá enfocó —ahora sumando el ojo derecho apenas entreabierto— primero en el humo que salía del motor, segundo en la trompa convertida en un bollo de lata, tercero en la columna que se le metía casi hasta el parabrisas y cuarto, haciendo un esfuerzo para mirar bien para arriba, en el cartel colorado que le planteaba una opción: Ella o Vos.

—Andá a la puta que te parió— pensó el pelotudo en voz baja.

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